ART ESP / ING
Estimados colegas, distinguidos líderes académicos y ciudadanos del mundo:
Como Presidente de la International Federation of Private Universities, me dirijo a ustedes hoy con un corazón apesadumbrado, pero con una convicción inquebrantable: debemos alzar nuestra voz, con determinación y coraje, en la lucha por la PAZ. Es un imperativo moral y existencial en un momento donde la irracionalidad parece dominar el discurso público y la violencia amenaza con engullir regiones enteras.
Nos duele profundamente observar cómo el debate sobre conflictos tan complejos se trivializa, cómo la opinión pública se forma no a partir del conocimiento profundo y la preparación, sino del eco de narrativas simplificadas que resuenan desde las pantallas. Este es un desafío directo a los principios que sustentan nuestras universidades: el pensamiento crítico, la búsqueda de la verdad y el diálogo informado. Como bien nos recordaba Sócrates, "Solo hay un bien: el conocimiento. Solo hay un mal: la ignorancia". Y es precisamente esta ignorancia autocomplaciente la que alimenta el fuego de la confrontación.
La situación actual entre Israel e Iran es un presagio de consecuencias terribles, y es crucial abordarla con la seriedad que merece. Aquellos que, desde la comodidad de sus hogares, repiten discursos aprendidos de la televisión, sin comprender la vasta complejidad histórica, cultural y geopolítica, están contribuyendo a un peligroso oscurantismo. Iran no es, ni de lejos, un país pusilánime o desvalido. Es una nación con una historia milenaria de resiliencia, con una cultura rica y, contrariamente a la percepción popular, con una significativa capacidad tecnológica y militar. Ignorar esta realidad es incurrir en una ceguera estratégica que puede tener repercusiones devastadoras para toda la región y más allá.
Me alarma, y debo decirlo con total franqueza, la aparente falta de búsqueda de diálogo por parte de algunos dirigentes en el conflicto de Israel. No hablo, de ninguna manera, del noble pueblo ni de la milenaria nación de Israel, cuya sabiduría y resiliencia admiro profundamente. Me refiero a ciertas voces que, en una lamentable instrumentalización de lo sagrado, buscan apropiarse de un "Dios de Israel" concebido como de trueno y fuego, justificación para acciones que se alejan de la compasión y la búsqueda de entendimiento mutuo.
Como reflexionaba Baruch Spinoza, "La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud, un estado mental, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia." ¿Dónde están, me pregunto, esa benevolencia y esa disposición hacia la justicia en la retórica de quienes evitan la mesa de negociación?
La voluntad de diálogo es el primer paso, el más fundamental, hacia cualquier posibilidad de resolución pacífica. Recuerdo vívidamente un episodio que presencié hace unos meses en una conferencia de PAZ entre Rusia y Ucrania, donde tuve el privilegio de ser observador. Fue chocante, por decir lo menos, ver cómo los diplomáticos de Ucrania aparecieron ataviados con trajes de combate militar, mientras sus contrapartes rusas vestían trajes civiles. ¿Es ese, acaso, un buen preámbulo para hablar de PAZ? Esta dicotomía visual no era un mero detalle de indumentaria; era una declaración simbólica que, lamentablemente, alejaba el espíritu de conciliación.
La paz, como un ideal platónico, es algo a lo que debemos aspirar constantemente. No es un estado estático, sino un esfuerzo continuo. Como académicos, como educadores, tenemos la responsabilidad de fomentar el pensamiento crítico que desmantele la propaganda, de promover el conocimiento que disipe la ignorancia y de cultivar la empatía que construya puentes donde hoy solo hay abismos.
Es nuestra tarea, como instituciones formadoras de líderes, enseñar que la verdadera fuerza reside no en la capacidad destructiva, sino en la capacidad de construir, de dialogar y de encontrar soluciones creativas a los conflictos más intratables. La paz, en última instancia, como afirmaba Immanuel Kant, no es un mero cese de hostilidades, sino el resultado de un compromiso ético y racional con la coexistencia.
Hago un llamado a todas las universidades, a nuestros estudiantes, profesores y a la sociedad en general, a rechazar las narrativas belicistas simplistas, a buscar la información desde múltiples fuentes, a analizar críticamente lo que se nos presenta y a exigir a nuestros líderes un compromiso genuino con el diálogo y la diplomacia. Que nuestra voz resuene, no con el eco de la televisión, sino con la sabiduría acumulada de siglos de pensamiento y la urgente necesidad de un futuro en PAZ.
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Esteemed colleagues, distinguished academic leaders, and citizens of the world:
As President of the International Federation of Private Universities, I address you today with a heavy heart, yet with an unwavering conviction: we must raise our voices, with determination and courage, in the struggle for PEACE. It is a moral and existential imperative at a time when irrationality seems to dominate public discourse and violence threatens to engulf entire regions.
It deeply pains us to observe how the debate on such complex conflicts is trivialized, how public opinion is formed not from deep knowledge and preparation, but from the echo of simplistic narratives resounding from screens. This is a direct challenge to the principles that sustain our universities: critical thinking, the search for truth, and informed dialogue. As Socrates rightly reminded us, "There is only one good: knowledge. There is only one evil: ignorance." And it is precisely this complacent ignorance that fuels the fire of confrontation.
The current situation between Israel and Iran is a harbinger of terrible consequences, and it is crucial to address it with the seriousness it deserves. Those who, from the comfort of their homes, repeat discourses learned from television, without understanding the vast historical, cultural, and geopolitical complexity, are contributing to a dangerous obscurantism. Iran is, by no means, a pusillanimous or helpless country. It is a nation with a millennial history of resilience, with a rich culture, and, contrary to popular perception, with significant technological and military capability. Ignoring this reality is to incur in a strategic blindness that can have devastating repercussions for the entire region and beyond.
I am alarmed, and I must say it with complete frankness, by the apparent lack of pursuit of dialogue by some leaders in the Israeli conflict. I am not, by any means, speaking of the noble people or the ancient nation of Israel, whose wisdom and resilience I deeply admire. I refer to certain voices that, in a regrettable instrumentalization of the sacred, seek to appropriate a "God of Israel" conceived of thunder and fire, a justification for actions that deviate from compassion and the pursuit of mutual understanding. As Baruch Spinoza reflected, "Peace is not the absence of war; it is a virtue, a state of mind, a disposition for benevolence, confidence, and justice." Where, I ask, are that benevolence and that disposition towards justice in the rhetoric of those who avoid the negotiating table?
The will to dialogue is the first, the most fundamental step, towards any possibility of peaceful resolution. I vividly recall an episode I witnessed a few months ago at a PEACE conference between Russia and Ukraine, where I had the privilege of being an observer. It was shocking, to say the least, to see how the Ukrainian diplomats appeared dressed in military combat attire, while their Russian counterparts wore civilian suits. Is that, by any chance, a good preamble for discussing PEACE? This visual dichotomy was not a mere detail of attire; it was a symbolic declaration that, regrettably, alienated the spirit of reconciliation.
Peace, like a Platonic ideal, is something we must constantly aspire to. It is not a static state, but a continuous effort. As academics, as educators, we have the responsibility to foster critical thinking that dismantles propaganda, to promote knowledge that dispels ignorance, and to cultivate empathy that builds bridges where today there are only abysses.
It is our task, as institutions that train leaders, to teach that true strength resides not in destructive capacity, but in the ability to build, to dialogue, and to find creative solutions to the most intractable conflicts. Peace, ultimately, as Immanuel Kant affirmed, is not merely a cessation of hostilities, but the result of an ethical and rational commitment to coexistence.
I call upon all universities, our students, professors, and society in general, to reject simplistic belligerent narratives, to seek information from multiple sources, to critically analyze what is presented to us, and to demand from our leaders a genuine commitment to dialogue and diplomacy. May our voices resonate, not with the echo of television, but with the accumulated wisdom of centuries of thought and the urgent need for a future in PEACE.