Cada fracaso parece susurrar una advertencia...

|

ART ESP / ING


Las sombras se alargan sobre Marchen Hall, tiñendo de un gris espectral los polvorientos anaqueles de mi biblioteca. Afuera, el viento aúlla como un alma en pena, arañando las ventanas con dedos invisibles. Adentro, la frustración me corroe con la tenacidad de una polilla en un tapiz ancestral. Hoy, la empresa que con tanta esperanza habíamos iniciado, ha terminado en un fiasco lamentable.


7aef79ff d920 4b1d 82e4 8c5ceb42d81a


Nuestro ambicioso proyecto de capturar la esencia de lo inefable, de grabar aquello que la razón se niega a aceptar, ha tropezado con obstáculos tan inexplicables como siniestros. Los modernos artilugios que Mendoza, con su fervor casi fanático, había dispuesto, parecían conjurados contra nosotros. Los flamantes "coches sin caballos", como él los llama con pueril entusiasmo, se negaron a arrancar, sus entrañas mecánicas retorciéndose en una muda protesta. Las meticulosas simulaciones que habíamos preparado, recreando los tétricos escenarios donde supuestamente se manifestaban las presencias, se desmoronaron con la fragilidad de un sueño febril.


Pero el golpe más amargo provino de los cielos. El dron, esa libélula metálica con ojos de cristal que Mendoza creía capaz de surcar los velos entre dimensiones, apenas logró alzarse antes de tambalearse y caer, sus hélices rotas como alas de ángel caído. Las grabaciones que apresuradamente intentó obtener fueron un galimatías de estática y sombras indistintas, un eco burlesco de lo que esperábamos capturar.


180906a6 096f 428f 88cb ed8b195ae70a


Y luego, la afrenta final, la burla más cruel. El propio Mendoza, pálido y con los ojos inyectados en sangre por la vigilia y la excitación, constató con horror el fallo en el diseño de nuestro "actor" principal. Las garras, meticulosamente elaboradas para evocar la garra del Príncipe de las Tinieblas en persona, resultaron ser grotescas caricaturas, apéndices torpes y ridículos que habrían provocado la risa de un espectro, en lugar del terror que buscábamos.


Un día perdido. Un día en el que la ciencia y la superstición han danzado una macabra contradanza, dejando tras de sí solo decepción y un creciente hedor a lo inexplicable. Mendoza, normalmente un torrente de energía y optimismo, se ha retirado a su laboratorio con la obstinación de un alquimista derrotado, murmurando incoherencias sobre engranajes maldecidos y circuitos embrujados.


3cc35be1 b5a7 4cd4 a46d d78113534c5c



Yo, Lord Marchen, me siento cada vez más atrapado en esta búsqueda obsesiva. ¿Es la ciencia la herramienta adecuada para desentrañar los misterios que nos rodean, o estamos profanando dominios que deberían permanecer ocultos? Cada fracaso parece susurrar una advertencia, una voz helada que emerge de las sombras para recordarnos nuestra audacia, nuestra arrogancia al intentar aprisionar lo inaprensible.


La noche avanza, y las sombras se hacen más densas. El viento sigue llorando su lamento fúnebre. Me pregunto qué horrores, qué verdades oscuras nos aguardarán en nuestra próxima tentativa. ¿O acaso este fracaso es una señal, un presagio de que deberíamos abandonar esta peligrosa empresa antes de que nos consuma por completo? Solo el tiempo, ese río turbio que fluye inexorablemente hacia un destino desconocido, lo dirá. Y yo, Lord Marchen, observaré, con una mezcla de temor y fascinación, el devenir de estos acontecimientos.


--------------------


Shadows lengthen over Marchen Hall, staining the dusty shelves of my library with a spectral grey. Outside, the wind howls like a tormented soul, scratching at the windows with unseen fingers. Inside, frustration gnaws at me with the tenacity of a moth in an ancestral tapestry. 


Our ambitious project to capture the essence of the ineffable, to record that which reason refuses to accept, has stumbled upon obstacles as inexplicable as they are sinister. The modern contraptions that Mendoza, with his almost fanatical fervor, had arranged, seemed to be conjured against us. The brand-new "horseless carriages," as he childishly calls them, refused to start, their mechanical entrails twisting in mute protest. The meticulous simulations we had prepared, recreating the bleak settings where the presences supposedly manifested, crumbled with the fragility of a feverish dream.


But the bitterest blow came from the heavens. The drone, that metallic dragonfly with crystal eyes that Mendoza believed capable of traversing the veils between dimensions, barely managed to rise before faltering and falling, its propellers broken like the wings of a fallen angel. The recordings he hastily attempted to obtain were a jumble of static and indistinct shadows, a mocking echo of what we had hoped to capture.


And then, the final affront, the cruellest mockery. Mendoza himself, pale and with eyes bloodshot from vigil and excitement, noted with horror the flaw in the design of our principal "actor." The claws, meticulously crafted to evoke the claw of the Prince of Darkness himself, turned out to be grotesque caricatures, clumsy and ridiculous appendages that would have provoked laughter from a specter, instead of the terror we sought.


A day lost. A day in which science and superstition have danced a macabre contradance, leaving behind only disappointment and a growing stench of the inexplicable. Mendoza, normally a torrent of energy and optimism, has retreated to his laboratory with the obstinacy of a defeated alchemist, muttering incoherencies about cursed gears and haunted circuits.


I, Lord Marchen, feel increasingly trapped in this obsessive pursuit. Is science the appropriate tool to unravel the mysteries that surround us, or are we profaning domains that should remain hidden? Each failure seems to whisper a warning, an icy voice emerging from the shadows to remind us of our audacity, our arrogance in attempting to imprison the ungraspable.


Night advances, and the shadows grow denser. The wind continues to weep its funeral lament. I wonder what horrors, what dark truths await us in our next attempt. Or is this failure a sign, a presage that we should abandon this dangerous undertaking before it consumes us completely? Only time, that turbid river that flows inexorably towards an unknown destination, will tell. And I, Lord Marchen, will observe, with a mixture of fear and fascination, the unfolding of these events.