Nuestro querido Kurt, para quienes sean neófitos en los anales de nuestra ilustre sociedad, fue un lógico, matemático y filósofo que dejó a Newton y Leibniz temblando en sus pelucas con sus famosos Teoremas de Incompletitud. ¿Que qué significan? Bueno, digamos que si los números son un juego, Gödel demostró que siempre habrá jugadas que no se pueden ganar ni perder. ¡Ja! Y ustedes creían que resolver un Sudoku era complicado.
Pero Gödel, como buen miembro de nuestra cofradía, no se conformó con ser solo un cerebro prodigioso. No, señor. También cultivó un peculiar gusto por... bueno, por la paranoia. Sí, paranoia. Y no de la clase de "me persigue el gato" o "mi vecino me espía con prismáticos". No. Gödel era de la escuela de la paranoia galáctica, cósmica, cuántica.
Se convenció, por ejemplo, de que alguien intentaba envenenarlo. La comida se convirtió en un enemigo implacable, y solo la preparaba su esposa, Adele, a quien probablemente veía como una santa protectora ante los conjuros culinarios del resto del mundo. Los restaurantes eran campos minados de arsénico, y las cafeterías, guaridas de conspiradores con cuchillos en la manga.
Imaginen las cenas familiares. "Querida Adele, esta tarta de manzana luce deliciosa, ¿la hiciste tú?". "Claro que sí, cariño". Gödel la analiza con una lupa. "Mmm... ¿y este brillo verde es normal?". ¡El terror en estado puro!
También tenía sus rituales. Alguien podría decir que era un perfeccionista... otros, que era un poco... repetitivo. Sus paseos al Instituto de Estudios Avanzados eran un espectáculo. Siempre el mismo camino, siempre la misma hora, siempre el mismo paso. Si una hoja se le cruzaba en el camino, seguro la volvía a poner en su lugar, ¡no fuera a ser que el universo colapsara por un desorden botánico!
Y, por supuesto, no olvidemos su fascinación por la Constitución de los Estados Unidos. La estudiaba como un rabino el Talmud, buscando contradicciones, lagunas legales, ¡posibles puntos de fuga para el apocalipsis! Quizás pensaba usar esos fallos para organizar una fiesta clandestina en la Casa Blanca. Nunca lo sabremos.
Así era Gödel, damas y caballeros de la Cofradía. Un genio, un excéntrico, un hombre que nos enseñó que la lógica tiene sus límites, y que, a veces, la paranoia es solo una forma muy elaborada de ser original.
Que su espíritu inquieto y su batín desaliñado nos inspiren a seguir abrazando nuestra propia peculiaridad, y a recordar que, en este mundo loco, la locura, después de todo, también puede ser parte de la genialidad. ¡Salud!