TE ACUSO

ART ESP / ING

Comenzamos hoy con una noticia que nos golpea en lo más profundo, un eco sombrío que la mayoría de los medios ha preferido silenciar, apenas susurrar, como si el dolor pudiera evaporarse si se le niega la voz. Un joven agricultor, cuya rebeldía era tan natural como el brote de una semilla, ha tomado la decisión irreversible de terminar con su vida.

"No aguanto trabajar 18 horas para no vivir", dicen que fue su grito mudo, una acusación lanzada al vacío que apenas ha encontrado eco. Mi nombre es Dr. José M. Castelo-Appleton, y lo que van a leer no es solo un relato de ciencia ficción; es una disección del alma de un sistema que devora, una confesión de quien ha transitado los círculos más oscuros y ha regresado con cicatrices que son mapas.

En mi época, los jóvenes debían ser revolucionarios por naturaleza. Es una ley no escrita de la biología social: la savia nueva empuja, desafía, busca transformar. Pero en esta era de silencio digital y conformismo inducido, esa chispa parece ahogarse antes de encenderse. Sin embargo, hay quienes se alzan, quienes, a pesar de la opresiva marea de la indiferencia, deciden levantar la voz. Y es entonces cuando el Estado, ese leviatán invisible y omnipresente, muestra su verdadero rostro. Permítanme hablarles desde la experiencia, desde el conocimiento íntimo de sus herramientas de aniquilación. Los que, como yo, hemos vivido todos los infiernos de Dante y parte de los del budismo tibetano, los que hemos tenido pensamientos tan oscuros como los de ese joven y, por pura maldad o quizás por una tenaz voluntad de supervivencia, los hemos vencido, sabemos que el suicida no es un cobarde. 

El suicida debe ser inmensamente valiente para, en un puñado de segundos, romper con los sueños e ilusiones de toda una vida, para desgarrar lazos familiares, para cruzar un umbral del que no hay retorno. No confundamos valentía con desesperación, ni con rendición. Es un acto terminal de autoafirmación en un mundo que no deja espacio para el alma.

El Estado: Un Saturno Devorador de Hijos Pródigos

Vivimos bajo la sombra de un liderazgo que, a mi juicio, compite por el título del peor de la historia, comparable quizás a figuras de nuestro pasado que llevaron a la nación al abismo. El Estado, mis queridos lectores, es como Saturno, devorando a sus propios hijos. Pero su apetito es voraz, especialmente con los pródigos, con aquellos que se atreven a la rebeldía, con los que tienen el potencial de hacer daño a la estructura de poder. Cuando alguien se alza, cuando su voz resuena con una verdad incómoda, el organigrama social se activa con una precisión escalofriante.

¿Creen que las persecuciones son fruto del azar? Permítanme corregirles. El sistema utiliza a sus agentes corruptos – y sí, los hay en toda organización, como la gangrena en un cuerpo sano. Utiliza las inspecciones de hacienda que llegan de manera inoportuna, los controles arbitrarios en aeropuertos que solo buscan intimidar, las filtraciones mediáticas que construyen narrativas convenientes. Todo el entramado social se moviliza para destrozar, desprestigiar y hundir al disidente. Es una danza macabra de desprestigio programado, de asfixia económica y de aislamiento social. He visto de cerca cómo vidas enteras son desmanteladas pieza a pieza, cómo reputaciones forjadas con décadas de esfuerzo se desvanecen en un titular manipulado. Y el objetivo es claro: no solo silenciar al individuo, sino enviar un mensaje escalofriante a cualquiera que contemple desafiar el statu quo.

La Sociedad Ignorante: Cómplice Silente

Pero, ¿quién tiene la culpa, en última instancia, de que estos mecanismos funcionen? 

Te acuso a ti.

Sí, a ti que lees esto, a ti que vives en la comodidad de tu burbuja, a ti que te callas cuando ves una injusticia, a ti que no lees más allá de los titulares sensacionalistas, a ti que vas de sabio opinando de todo sin saber de nada. La sociedad, en su vasta ignorancia, es el caldo de cultivo perfecto para esta manipulación. Una vez que la primera noticia, sesgada y simplificada, se ha alimentado al rebaño digital, la culpa ya tiene un rostro, y se condena sin juicio. No importa si, días, semanas o meses después, alguien demuestre la inocencia; para la sociedad, el individuo ya es culpable, marcado con el estigma de una narrativa prefabricada. La verdad se convierte en una anécdota, un susurro que se pierde en el estruendo del juicio popular.

He caminado por esa senda, he sentido la mordida de ese sistema. Yo, como David Lafoz – ¡sí, los cadáveres tienen nombre, y los que sobreviven también! –, he sufrido y he sobrevivido. Quizás porque no soy tan puro como él, tal vez soy más malo, soy como un cuervo y un lobo, y me revuelvo, muerdo cuando me acorralan. O quizás, simplemente, porque soy viejo, con mil cicatrices que me recuerdan cada batalla, y la experiencia enseña a olfatear el peligro y a encontrar los resquicios para resistir.

El Grito del Campo: Una Señal en la Noche Digital

Pero este caso, este joven agricultor, es diferente. Su muerte es una señal. La muerte de un joven, y además un agricultor, en una sociedad que se jacta de su progreso, es un campanazo en la noche digital. Es el grito del campo, de la tierra que nos alimenta y que el sistema está asfixiando. La agricultura, la base de nuestra existencia, se está convirtiendo en un campo de batalla para aquellos que la cultivan. La Agenda 2030, en su aplicación distorsionada, las regulaciones asfixiantes, la burocracia interminable, los precios irrisorios por el esfuerzo hercúleo… todo conspira para aplastar a quienes mantienen viva la esencia de lo real.

Este joven no murió por una enfermedad, ni por un accidente. Murió porque no aguanto trabajar 18 horas para no vivir. Murió porque el sistema, ese Saturno insaciable, lo devoró lenta y dolorosamente. Su suicidio es un acto de protesta, un sacrificio en el altar de una sociedad que mira hacia otro lado mientras sus productores de alimentos son exprimidos hasta la extenuación. Es el reflejo más brutal de una realidad donde la subsistencia se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchos, y donde la dignidad del trabajo se ha erosionado hasta la nada.

Un Futuro sin Rostro: La Urgencia de Despertar

¿Qué clase de futuro estamos construyendo si permitimos que la desesperación se convierta en la única salida para aquellos que trabajan incansablemente para el sustento de todos? 

La ciencia ficción a menudo nos advierte sobre distopías lejanas, pero a veces, la realidad nos supera con su propia crueldad. Este joven agricultor no es una estadística; es una acusación. Su vida, y su trágica partida, nos confrontan con la verdad incómoda de que la supuesta "evolución" de nuestra sociedad está dejando atrás a los más vulnerables, a los que aún creen en el valor del esfuerzo y la conexión con la tierra.

Es hora de que la sociedad despierte de su letargo inducido, de que deje de ser una cómplice silenciosa. Es hora de que se cuestione la narrativa oficial, de que investigue más allá de los titulares, de que exija responsabilidades. El costo de la ignorancia y el silencio es la pérdida de vidas valiosas, la erosión de la justicia y la construcción de un futuro sin alma. Yo, el Dr. José M. Castelo-Appleton, he vivido para contarlo, pero este joven no. Su voz fue silenciada, pero su sacrificio debe ser un eco que resuene hasta que el sistema se vea obligado a cambiar. 

Te acuso de tu indiferencia, de tu pasividad, de tu complicidad en esta tragedia. Y te insto a que te niegues a ser parte de este devorar de hijos. Porque el próximo podría ser cualquiera de nosotros, o de los nuestros, si seguimos permitiendo que Saturno reine sin oposición.

Dr. José M. Castelo-Appleton

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I ACCUSE YOU

We start today with news that strikes us to the core, a gloomy echo that most media outlets have preferred to silence, barely whisper, as if pain could evaporate if denied a voice. A young farmer, whose rebellion was as natural as a sprouting seed, has made the irreversible decision to end his life. "I can't stand working 18 hours just to not live," they say was his silent cry, an accusation hurled into the void that has barely found an echo. My name is Dr. José M. Castelo-Appleton, and what you are about to read is not just a science fiction story; it's a dissection of the soul of a system that devours, a confession from someone who has traversed the darkest circles and returned with scars that are maps.

In my time, young people were meant to be revolutionaries by nature. It's an unwritten law of social biology: new sap pushes, challenges, seeks to transform. But in this era of digital silence and induced conformity, that spark seems to drown before it can ignite. However, there are those who rise up, who, despite the oppressive tide of indifference, decide to raise their voice. And it is then that the State, that invisible and omnipresent leviathan, shows its true face. Let me speak to you from experience, from an intimate knowledge of its tools of annihilation. Those of us who, like me, have lived through all of Dante's hells and part of the Tibetan Buddhist ones, those of us who have harbored thoughts as dark as that young man's and, out of pure malice or perhaps a tenacious will to survive, have overcome them, know that the suicidal person is not a coward. The suicidal person must be immensely brave to, in a matter of seconds, break with the dreams and illusions of an entire life, to tear apart family ties, to cross a threshold from which there is no return. Let's not confuse bravery with despair, nor with surrender. It is a terminal act of self-affirmation in a world that leaves no room for the soul.

The State: A Saturn Devouring Prodigal Children

We live under the shadow of a leadership that, in my opinion, competes for the title of the worst in history, perhaps comparable to figures from our past who led the nation to the abyss. The State, my dear readers, is like Saturn, devouring its own children. But its appetite is ravenous, especially with the prodigals, with those who dare to rebel, with those who have the potential to harm the power structure. When someone rises up, when their voice resonates with an uncomfortable truth, the social apparatus activates with chilling precision.

Do you believe that persecutions are a matter of chance? Allow me to correct you. The system uses its corrupt agents – and yes, they exist in every organization, like gangrene in a healthy body. It uses untimely tax inspections, arbitrary airport controls designed only to intimidate, media leaks that build convenient narratives. The entire social framework mobilizes to destroy, discredit, and sink the dissident. It's a macabre dance of programmed discreditation, economic suffocation, and social isolation. I have witnessed firsthand how entire lives are dismantled piece by piece, how reputations forged over decades of effort vanish in a manipulated headline. And the objective is clear: not only to silence the individual, but to send a chilling message to anyone contemplating challenging the status quo.

Ignorant Society: Silent Accomplice

But who is ultimately to blame for these mechanisms working? I accuse you. Yes, you who read this, you who live in the comfort of your bubble, you who stay silent when you see an injustice, you who don't read beyond sensational headlines, you who act wise by opining on everything without knowing anything. Society, in its vast ignorance, is the perfect breeding ground for this manipulation. Once the first, biased and simplified news has been fed to the digital herd, blame already has a face, and judgment is passed without trial. It doesn't matter if, days, weeks, or months later, someone is proven innocent; to society, the individual is already guilty, marked with the stigma of a prefabricated narrative. Truth becomes an anecdote, a whisper lost in the roar of popular judgment.

I have walked that path; I have felt the bite of that system. I, like David Lafoz – yes, corpses have names, and so do survivors! –, have suffered and survived. Perhaps because I am not as pure as he was, maybe I am meaner; I am like a crow and a wolf, and I writhe, I bite when cornered. Or perhaps, simply, because I am old, with a thousand scars that remind me of every battle, and experience teaches one to sniff out danger and find loopholes to resist.

The Cry of the Fields: A Signal in the Digital Night

But this case, this young farmer, is different. His death is a signal. The death of a young man, and moreover a farmer, in a society that boasts of its progress, is a wake-up call in the digital night. It is the cry of the fields, of the land that feeds us and that the system is suffocating. Agriculture, the basis of our existence, is becoming a battlefield for those who cultivate it. The Agenda 2030, in its distorted application, the suffocating regulations, the endless bureaucracy, the derisory prices for Herculean effort... all conspire to crush those who keep the essence of what is real alive.

This young man did not die from an illness, nor from an accident. He died because he couldn't stand working 18 hours just to not live. He died because the system, that insatiable Saturn, devoured him slowly and painfully. His suicide is an act of protest, a sacrifice at the altar of a society that looks away while its food producers are squeezed to exhaustion. It is the most brutal reflection of a reality where subsistence has become an unattainable luxury for many, and where the dignity of labor has eroded to nothingness.

A Faceless Future: The Urgency to Awaken

What kind of future are we building if we allow despair to become the only way out for those who work tirelessly for everyone's sustenance? Science fiction often warns us about distant dystopias, but sometimes, reality surpasses us with its own cruelty. This young farmer is not a statistic; he is an accusation. His life, and his tragic departure, confront us with the uncomfortable truth that the supposed "evolution" of our society is leaving behind the most vulnerable, those who still believe in the value of effort and connection with the land.

It is time for society to awaken from its induced lethargy, to stop being a silent accomplice. It is time to question the official narrative, to investigate beyond the headlines, to demand accountability. The cost of ignorance and silence is the loss of valuable lives, the erosion of justice, and the construction of a soulless future. I, Dr. José M. Castelo-Appleton, have lived to tell the tale, but this young man did not. His voice was silenced, but his sacrifice must be an echo that resonates until the system is forced to change. I accuse you of your indifference, your passivity, your complicity in this tragedy. And I urge you to refuse to be part of this devouring of children. Because the next one could be any of us, or our loved ones, if we continue to allow Saturn to reign unopposed.

Dr. José M. Castelo-Appleton