El eco de un portazo resonó en la vieja masía como un trueno en un día sereno.
Una decepción, un revés inesperado, se había instalado en el ambiente como una espesa niebla. La tristeza se apoderó de mi alma como una plaga bíblica, comparable a la de un náufrago viendo cómo se hunde su último bote salvavidas.
"¡La culpa es de las circunstancias!", musité para mis adentros, con la sabiduría infusa que nos otorga la adversidad ajena. "¡Si tan solo las cosas hubieran sido diferentes, si Boadas no hubiera puesto tan alta la calefacción del coche!".
Pero claro, eso solo lo pensaba yo, no iba a amargarle la noche a la concurrencia con mis lamentos dignos de un personaje de tragedia griega.
Con el ánimo por los suelos, y la sombra de una oportunidad perdida planeando sobre mi cabeza, acabábamos de entrar en la masía de Can Joan d'Adri donde me esperaba una velada. Boadas de Quintana, mi anfitrión, se encontraba en su elemento.
Disfrutaba del ambiente distendido y la anticipación de una noche agradable. Para él, este lugar era un refugio, un espacio donde podía relajarse y conectar con las personas que apreciaba. Con una copa de vino tinto en la mano, Boadas brindó por la amistad y por los buenos momentos que estábamos a punto de compartir.
Por suerte, la llegada de los demás invitados desvió la atención de mi pseudo drama personal, por los calores automovilísticos.
Primero apareció "Sun", una abogada con una mirada que atravesaba los muros y una pasión por la justicia social que ya la quisiera el mismísimo Quijote. Defensora de los desamparados, guardiana de los derechos de los vulnerables, experta en laberintos legales... Vamos, que, si te metías en un brete, mejor tenerla de tu lado que a una biblioteca entera de tratados de derecho. Y encima, con un aire a Greta Garbo que te dejaba sin palabras.
Luego llegó Marc Tarrús, alias "Catalan Hunter". Un tipo que parecía salido de una novela de aventuras, con su barba de explorador, su mirada intensa y su gran estatura. Pero Marc no era solo un aventurero, era un poeta, un romántico empedernido, un alma libre que se movía entre el surrealismo daliniano y la oscuridad gótica de Edgar Allan Poe. Vamos, que, si Lord Byron hubiera nacido en el siglo XXI, sería su mejor amigo, o todo lo contrario…
La cena prometía ser interesante, por decirlo de alguna manera. Y así fue. Entre anécdotas surrealistas de Marc sobre sus libros, debates acalorados sobre la justicia social con "Sun", y las historias de Boadas sobre sus viajes, la velada transcurría entre risas, discusiones filosóficas y , primero una botella de vino blanco, después una de vino tinto, que fluían como el Ebro en primavera.
Yo, como humilde profesor, me sentía como un estudiante en un examen oral. Marc, con su erudición histórica y su pasión por su linaje, me sometía a un tercer grado sobre los orígenes de su familia y los entresijos de su historia. "Sun", con su mente afilada y su lengua viperina, me lanzaba preguntas trampa sobre la ética y el papel del individuo en la sociedad. Y Marc, además con su alma poética y su visión romántica del mundo, me retaba a debatir sobre la belleza, el arte y el sentido de la vida.
En un momento dado, la conversación derivó hacia el romanticismo, tema que Marc domina con la maestría de un director de orquesta.
"El romanticismo", decía con voz profunda y mirada soñadora, "es la llama que arde en el alma humana, la búsqueda de la belleza y la libertad, la expresión del yo en su máxima plenitud".
"Sun", con su pragmatismo habitual, le cortó el rollo: "El romanticismo está muy bien para los poetas, pero en el mundo real lo que necesitamos es justicia social, igualdad y derechos para todos".
Yo, intentando aportar algo a la conversación, solté: "Bueno, el romanticismo también tiene su lado oscuro, ¿no? El exceso de pasión, la melancolía, la búsqueda de lo inalcanzable... Puede llevar a la frustración, a la desesperación, incluso a la locura".
Marc me miró con una sonrisa enigmática. "Ah, amigo mío, ahí es donde entra el nuevo romanticismo. La fusión del alma romántica con la realidad del mundo moderno. La búsqueda de la belleza en lo cotidiano, la lucha por la justicia social con pasión y creatividad. Mi familia, con su historia, su lucha, su conexión con la tierra, es un ejemplo perfecto de este nuevo romanticismo".
La noche avanzaba, el vino seguía fluyendo, y la conversación se volvía cada vez más surrealista. Boadas nos contaba historias de Girona, "Sun" nos explicaba sus estrategias legales para defender lo indefendible, y Marc recitaba poemas de amor a la luna mientras hacía malabares con las servilletas, las copas y algún otro tenedor, bajo la mirada crítica de algún que otro comensal.
Yo, mientras tanto, intentaba seguir el ritmo de la conversación, apuntando ideas y preguntándome si había aprobado el examen improvisado al que me habían sometido mis peculiares compañeros de cena.
Mientras volvía de vuelta a casa, con la cabeza llena de ideas y el corazón lleno de emociones, pensé que, a pesar del revés inicial, aquella noche había ganado algo mucho más importante: la experiencia de compartir una velada inolvidable con tres personas extraordinarias, cada una a su manera, y la confirmación de que el romanticismo, en todas sus formas, sigue vivo en el mundo. No el romanticismo de antaño, el de la melancolía exacerbada y la idealización extrema, sino una versión renovada, un neorromanticismo que se nutre de la realidad contemporánea sin renunciar a la pasión y la búsqueda de la belleza.
El romanticismo original, aquel que floreció a finales del siglo XVIII y durante el XIX, se caracterizó por la exaltación de los sentimientos, la individualidad, la naturaleza y la evasión de la realidad. Fue una reacción contra el racionalismo de la Ilustración, buscando refugio en la imaginación, la emoción y lo irracional. Figuras como Goethe, Byron o Shelley personificaron este movimiento, dejando un legado de obras impregnadas de pasión, melancolía y un anhelo por lo inalcanzable.
Sin embargo, el mundo ha cambiado. El siglo XXI nos presenta nuevos desafíos y realidades que exigen una nueva interpretación del romanticismo.
El neorromanticismo, sin abandonar la esencia de su predecesor, se adapta a los tiempos actuales. Ya no se trata solo de soñar con paisajes idílicos o amores imposibles, sino de encontrar la belleza en lo cotidiano, de luchar por la justicia social con pasión y creatividad, de conectar con la naturaleza de una manera consciente y sostenible. Es un romanticismo que se compromete con el presente, que busca soluciones a los problemas del mundo sin perder la esperanza ni la capacidad de asombro.
Y es en este contexto donde figuras como Marc se vuelven esenciales. Individuos que encarnan este neorromanticismo, que combinan la sensibilidad artística con un compromiso con la realidad.
Tarrús, con su alma de poeta y su visión romántica del mundo, no se limita a contemplar la belleza, sino que la busca activamente en cada rincón, en cada gesto, en cada encuentro. Su pasión por el arte, la literatura y la naturaleza no es una mera evasión, sino una fuente de inspiración para actuar, para crear, para transformar.
Personas como este MAESTRO nos recuerdan la importancia de mantener viva la llama del romanticismo en el siglo XXI.
Nos inspiran a buscar la belleza en lo cotidiano, a defender nuestros ideales con pasión, a conectar con nuestras emociones y a no renunciar a la esperanza de un mundo mejor.
En un mundo cada vez más pragmático y materialista, la presencia de estos neorrománticos es un faro de luz, una invitación a soñar, a crear y a vivir con plenitud. Su existencia misma es una prueba de que esta expresión artística, lejos de ser un movimiento del pasado, sigue vivo y latiendo con fuerza en el corazón de la sociedad.