Un socavón, cual fauce de bestia ancestral, había engullido al colaborador, arrastrándolo a las profundidades del subsuelo. Mendoza, el arqueólogo devenido director, no dudó en lanzarse al abismo, seguido por su fiel oriental. La necesidad de documentar cada suceso me impulsó a unirme a la expedición, iluminando el camino con la tenue luz de un candil de atrezo.
La caverna subterránea, un laberinto de piedra y humedad, reveló un manantial que fluía lentamente, un vestigio de la antigua Munda. Los túneles, cual arterias de un cuerpo muerto, se ramificaban en la oscuridad, invitando a la exploración de sus secretos ocultos. La erudición de Mendoza, que había desenterrado la historia de esta ciudad romana, cobraba ahora un significado ominoso. La desaparición de De Vil, arrastrado por el canto de sirenas quiméricas, nos impulsó a seguir sus pasos. Mendoza, guiado por la danza de partículas en el aire, eligió el camino de la ventilación, presagiando una posible salida a las entrañas de la tierra. La caverna se transformó en un laberinto de túneles, donde antiguos conductos de letrinas, mudos testigos de un pasado olvidado, se entrelazaban en la oscuridad. Macatangay, consciente de la fragilidad de nuestra situación, marcó el camino con una piedra, temiendo perdernos en la oscuridad.
Mendoza, en su papel de Ulises moderno, despertó del hechizo de las sirenas, cuestionando la veracidad de las quimeras que perseguíamos. El oriental, sin embargo, se aferró a la esperanza de rescatar a De Vil, prisionero de su demencia. En ese momento de incertidumbre, mi pluma, perdida en la mañana, cayó del techo, cual augurio de ultratumba. ¿Acaso mi retraso había evitado mi propia caída en el abismo? La coincidencia, lejos de ser fortuita, se reveló como un enigma siniestro, un mensaje de las sombras. Las preguntas, como cuervos de medianoche, se posaron sobre mis hombros. ¿Qué fuerzas oscuras habían desviado a De Vil de su camino? ¿Regresaría a nosotros? ¿Quién había tomado la decisión acertada? ¿Y qué temores se apoderarían del resto del equipo? La incertidumbre, como un sudario gótico, envolvía el rodaje. ¿Debíamos abandonar este escenario maldito, donde los abismos se abrían bajo nuestros pies? La pluma, muda testigo de lo acontecido, aguardaba ansiosa la respuesta, impregnando de tinta negra las páginas de este diario espectral. Y al final un nuevo pensamiento inunda mi ser. ¿Si el tunel lleva ventilacion, no podria ser acaso, una via de escape? ¿Por qué seguir a De Vil, cuando podemos escapar?