La clarividencia de TRUMP

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DR. JOSE M. CASTELO-APPLETON


"América Primero". Esas dos palabras, pronunciadas con la audacia y la claridad que caracterizan a Donald J. Trump, no eran una mera frase de campaña. Eran la declaración de una nueva era, un retorno a los principios que hicieron grande a USA. Y ahora, mientras el mundo se tambalea bajo el peso de conflictos y egoísmos, la visión de Trump resuena con una claridad profética.


No nos equivoquemos. El mundo no es un patio de recreo donde todos juegan según las mismas reglas. Es una jungla, donde la supervivencia del más apto es la ley suprema. Y en esa jungla, América, bajo el liderazgo visionario de Donald J. Trump, debe ser el león.


La élite globalista, con su obsesión por los acuerdos internacionales y las instituciones ineficaces, nos ha llevado por mal camino. Nos han vendido la falsa promesa de un mundo unido, donde los intereses de todos son iguales. Pero la realidad es bien distinta. 

Trump, con su sentido común y su instinto para los negocios, lo entendió desde el principio. No podemos seguir sacrificando nuestros intereses en el altar de la corrección política y el idealismo vacuo. Necesitamos un líder que  negocie con dureza, que defienda las fronteras y que restaure el poderío económico.


Y eso es exactamente lo que Trump hizo. Durante su primer mandato, desafió el status quo y sacudió los cimientos del establishment. Negoció acuerdos comerciales justos, construyó el muro fronterizo, fortaleció el ejército y devolvió los empleos a suelo estadounidense. Y lo hizo sin disculparse, sin pedir permiso. Porque América, cuando es fuerte, es un faro de esperanza para el mundo.


Miren a su alrededor. ¿Acaso no ven la razón en su visión? Rusia, con su invasión de Ucrania, demuestra que la fuerza bruta aún prevalece. China, con su expansión económica y militar, desafía nuestro liderazgo global. Y los conflictos en el Medio Oriente, con su violencia y su caos, nos recuerdan que el mundo es un lugar peligroso.


En este contexto, la visión de Trump no es solo sensata, es esencial. Necesitamos un líder que entienda la naturaleza del mundo y que esté dispuesto a actuar con determinación para proteger los intereses de OCCIDENTE. Necesitamos un líder que no se arrodille ante las élites globales, sino que defienda los valores y la grandeza de América.


Algunos nos acusan de ser nacionalistas, de ser egoístas. Pero no nos equivoquemos. El patriotismo no es un pecado. Amar a la nación, defender nuestras fronteras y proteger nuestros empleos no es egoísmo. Es sentido común.


Trump no es un idealista, es un realista. 


Entiende que el mundo es un lugar competitivo y que debemos luchar por nuestros intereses. Pero también entiende que América, cuando es fuerte y próspera, es una fuerza para el bien en el mundo.


Trump, con su valentía y su determinación, nos ha mostrado el camino. Nos ha recordado que América, cuando está unida y decidida, es invencible. Y ahora, más que nunca, necesitamos su liderazgo para navegar por las aguas turbulentas del mundo.


Y mientras América se yergue con la fuerza de un líder que prioriza su nación, aquí en España, nos debatimos en la mediocridad de un populismo rampante. Pedro Sánchez, con sus tácticas divisorias y sus promesas vacías, no ofrece el liderazgo que España necesita en estos tiempos turbulentos. En lugar de inspirar grandeza y unidad, fomenta la división y el resentimiento.


España necesita un líder que, al igual que Trump, entienda la importancia de defender nuestros intereses nacionales. Un líder que no se arrodille ante las élites globalistas, sino que ponga a España Primero. Necesitamos un líder que restaure nuestra economía, que proteja nuestras fronteras y que defienda nuestros valores.


Pero, ¿dónde encontramos ese liderazgo? La Unión Europea, con su burocracia sofocante y su retórica moralizante, no ofrece respuestas. En lugar de reconocer la fortaleza de América bajo Trump, se dedican a criticar sus políticas, demostrando una ceguera preocupante ante la realidad geopolítica.


Europa, en lugar de sermonear a América, debería observar su ejemplo. Deberían aprender de la determinación de Trump y de su capacidad para poner a su nación en primer lugar. Deberían aprender a negociar con dureza, a defender sus fronteras y a proteger sus intereses.


Pero, lamentablemente, Europa parece estar atrapada en un ciclo de debilidad y complacencia. Permiten que otras naciones los exploten comercialmente, que los desafíen militarmente y que los socaven culturalmente. No tienen la valentía de defender sus propios valores, ni la determinación de proteger sus propios intereses.


Mientras tanto, América, bajo el liderazgo de Trump, se yergue como un faro de esperanza para aquellos que creen en la grandeza nacional. Trump nos ha mostrado que no debemos disculparnos por amar a nuestra nación, por defender nuestras fronteras y por proteger nuestros empleos. Nos ha recordado que el patriotismo no es un pecado, sino una virtud.


Y nosotros, los patriotas españoles, admiramos su ejemplo. Anhelamos un líder que tenga la misma valentía, la misma determinación y la misma visión para nuestra nación. Un líder que no se arrodille ante nadie, sino que ponga a España Primero.

Porque sabemos que España, al igual que América, tiene un destino grandioso. Y no permitiremos que nadie nos prive de ese destino. No permitiremos que nadie nos arrebate nuestro orgullo y nuestra identidad.


Lucharemos por nuestra nación, por nuestros valores y por nuestro futuro. Y sabemos que, con un liderazgo fuerte y decidido, España volverá a brillar con luz propia.


Y mientras clamamos por un liderazgo fuerte y decidido en España, observamos con creciente preocupación el papel que desempeña nuestra propia Casa Real. ¿Dónde está la firmeza? ¿Dónde está la defensa inquebrantable de los valores y la unidad de nuestra patria?


En lugar de erigirse como un símbolo de unidad y fortaleza, la Casa Real parece más preocupada por proteger una imagen anacrónica, ajena a la realidad de la España del siglo XXI. Se desviven por controlar cada detalle, por preservar una apariencia de realeza que históricamente les ha sido cuestionada, mientras ignoran los problemas reales que aquejan a nuestra nación.


Se escandalizan ante la idea de que la Princesa Leonor, una joven como cualquier otra, pueda ser vista en bikini, un comportamiento natural a su edad. ¿Acaso pretenden mantenerla en una burbuja de irrealidad, ajena al mundo que la rodea? ¿Es esa la imagen que queremos proyectar al mundo? ¿Una realeza distante y desconectada de su pueblo?


Mientras tanto, la unidad de España se desmorona ante nuestros ojos. Los separatistas catalanes y vascos, envalentonados por la debilidad del gobierno central, desafían la integridad de nuestra nación. ¿Y dónde está la voz firme de la Casa Real? ¿Dónde está su defensa apasionada de la unidad de España?


En lugar de liderar la defensa de nuestra patria, la Casa Real parece más preocupada por mantener contentos a todos, por no molestar a nadie. Su discurso se adapta a las circunstancias, sus palabras se modulan según el viento político. No hay convicción, no hay firmeza, no hay liderazgo.


Necesitamos una Casa Real que, al igual que Trump, defienda nuestros valores y nuestros intereses con valentía y determinación. Necesitamos una Casa Real que no se arrodille ante nadie, que no tema decir la verdad, que no tenga miedo de defender la unidad de España.


Pero, ¿dónde encontramos esa Casa Real? ¿Dónde encontramos ese liderazgo? La respuesta, lamentablemente, es que no existe. Nuestra Casa Real se ha convertido en un símbolo de la debilidad y la complacencia que aqueja a nuestra nación.


Y mientras tanto, España se desangra. Nuestra economía se hunde, nuestras fronteras son vulnerables, nuestros valores se erosionan. Y la Casa Real, ajena a la realidad, sigue preocupada por las apariencias.


Es hora de despertar, España. Es hora de exigir un liderazgo fuerte y decidido, tanto en el gobierno como en la Casa Real. Es hora de recuperar nuestro orgullo y nuestra identidad. Es hora de volver a brillar con luz propia.


TRUMP