La nostalgia del buscador: Cuando la aventura se vivía en bibliotecas y no en pantallas

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Los años 90. Una época donde la aventura no se encontraba en un "click", sino en el polvo de los libros antiguos, en las conversaciones apasionadas en cafés perdidos, en los viajes a lugares remotos en busca de un manuscrito olvidado. Una época donde los investigadores eran exploradores de la verdad, aventureros del conocimiento que se atrevían a desafiar los límites de lo establecido.


En aquel entonces, la información no fluía como un torrente incesante en la palma de la mano. Había que buscarla, desenterrarla, conquistarla. Las bibliotecas eran nuestros campos de batalla, las fotocopiadoras nuestras armas, y las notas a mano nuestros tesoros más preciados. Internet era un territorio inexplorado, un rumor de posibilidades que apenas comenzaba a despertarse.

Y en ese mundo analógico, donde la experiencia se forjaba en el cara a cara, tuve la suerte de cruzarme con personajes únicos, investigadores de la "vieja escuela" que dejaron una huella imborrable en mi memoria.


Pierre Plantard, el enigmático guardián de los secretos del Priorato de Sión, con su aura de misterio y su mirada penetrante. Compartí con él noches de conversaciones apasionadas sobre historia en Barcelona, sobre esoterismo y los enigmas de la humanidad. Más allá de las controversias que lo rodearon, encontré en él a un hombre culto, inteligente y con un fino sentido del humor.


André Malby, el erudito investigador de las tradiciones esotéricas, con su vasta biblioteca y su generosidad para compartir sus conocimientos. Sus clases magistrales eran un viaje a través del tiempo, donde los mitos y las leyendas cobraban vida a través de su voz apasionada.


Michael Aquino, el polémico ocultista y fundador del Templo de Set, con su inteligencia afilada y su personalidad carismática. En un viaje a Toledo, descubrí su faceta más humana y cercana, alejada de la imagen controvertida que lo precedía, aún recuerdo el "batacazo" en la cuesta del infierno, el Diablo, debería ese día de estar molesto.


Eran tiempos donde la búsqueda del conocimiento era una aventura en sí misma, donde la curiosidad y la pasión guiaban nuestros pasos. Hoy, en la era de los "youtubers" y los "tiktokers", donde la información se consume de forma rápida y superficial, siento nostalgia por aquellos investigadores de la "vieja escuela", con su rigor, su dedicación y su amor por la verdad.


El mundo actual, dominado por las redes sociales y la búsqueda de la fama instantánea, me genera una mezcla de fascinación y temor. Veo con preocupación cómo la frivolidad y la superficialidad se imponen en muchos ámbitos, incluido el de la investigación y la divulgación del conocimiento.


No se trata de demonizar las nuevas tecnologías ni de idealizar el pasado. Se trata de encontrar un equilibrio, de recuperar el valor de la investigación profunda, del pensamiento crítico y del debate serio y riguroso. En un mundo saturado de información, es más importante que nunca cultivar la curiosidad inteligente, la pasión por el conocimiento y el respeto por la verdad.


Me asusta la superficialidad, la banalización del conocimiento, la tendencia a reducirlo todo a un espectáculo vacío. Me asusta la pérdida de la capacidad de asombro, la falta de rigor y la ausencia de un espíritu crítico.


Echo de menos aquellas largas horas en la biblioteca, rodeado de libros polvorientos y el silencio solo interrumpido por el murmullo de las páginas al pasar. Echo de menos las discusiones apasionadas con otros buscadores, el intercambio de ideas y la emoción de un nuevo descubrimiento. Echo de menos la sensación de estar construyendo un puzle, pieza a pieza, con paciencia y dedicación.


Quizás sea solo nostalgia, el recuerdo idealizado de una época pasada. Pero creo que hay algo más. Creo que en la era de la inmediatez y la superficialidad, es más importante que nunca reivindicar el valor del conocimiento profundo, de la investigación rigurosa y del pensamiento crítico.


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