Atlántida: El mito secuestrado. Crítica a la mercantilización de un sueño

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Yo, agotado tras una mañana interminable de reuniones y discusiones sobre la maldita Atlántida, me había retirado a mi estudio con la esperanza de encontrar un poco de paz.


Pero la paz se me negaba. Mis oídos aún zumbaban con las voces de los productores, los arqueólogos aficionados, los de tesis, los abogados, los "expertos" en marketing, todos ellos obsesionados con explotar la leyenda de la Atlántida, con convertirla en una marca, en un producto, en una fuente de ingresos.


"Documentales, libros… marca, este sabe o no de contratos, mis abogados sí que saben, los tuyos no…", la letanía de ideas absurdas e ideas no tan absurdas me martilleaba la cabeza, mezclándose con los nombres de abogados, contratos, derechos de autor...


Un cansancio infinito se apoderó de mí, arrastrándome a un sueño profundo, un sueño poblado de imágenes extrañas y confusas. De pronto, me encontré en un lugar que reconocí al instante: el jardín de Academos, bañado por la suave luz del atardecer.


La suave brisa del atardecer acariciaba los olivos del jardín de Academos, mientras Platón, con la serenidad que le otorgaban sus años, conversaba con sus discípulos. Critias, con la mirada encendida, se inclinaba hacia el maestro, ansioso por escuchar sus palabras.


Critias: Maestro, aún resuenan en mi mente las historias que nos contaste sobre la Atlántida. Aquella civilización gloriosa, con sus templos resplandecientes y sus reyes poderosos, ¿fue real o solo una alegoría para ilustrar tus ideas?


Platón: (Sonríe con benevolencia) Ah, Critias, la Atlántida... una historia que ha cautivado la imaginación de muchos, incluso más allá de lo que yo hubiera imaginado.


Critias: Es que la idea de una civilización tan avanzada, desaparecida en las profundidades del océano, resulta irresistible. Algunos la buscan en los confines del mundo, convencidos de que encontrarán sus tesoros y secretos.


Platón: (Suelta una leve risa) ¡Tesoros y secretos! Parece que a muchos solo les interesa el poder y la riqueza que la Atlántida podría representar. Olvidan la esencia de la historia, el mensaje que se esconde tras ella.


Critias: ¿Y cuál es ese mensaje, maestro? ¿Qué pretendías transmitirnos con la historia de la Atlántida?


Platón: (Su mirada se pierde en el horizonte) Recuerda, Critias, que esta historia llegó a mí a través de Solón, y él la escuchó de los sacerdotes egipcios. Es una historia antigua, transmitida de generación en generación, un eco de un pasado remoto. Quizás una verdad olvidada, o tal vez una metáfora sobre la naturaleza humana, sobre el auge y la caída de las civilizaciones, sobre la soberbia y la corrupción que pueden llevar a la destrucción.


Critias: Pero maestro, ¿por qué inventar una isla, un pueblo, una historia completa? ¿No podrías haber transmitido esas ideas de otra forma?


Platón: (Una chispa de picardía brilla en sus ojos) A veces, Critias, las historias, los mitos, son más efectivos que los discursos filosóficos. Capturan la imaginación, despiertan la curiosidad, hacen que las ideas penetren en el alma de las personas.


(Platón hace una pausa, su voz se torna más grave)


Además, Critias, ¿quién soy yo para asegurar que la Atlántida no existió? El mundo es vasto, lleno de misterios. Quizás, en algún lugar del océano, bajo las olas, yacen las ruinas de aquella civilización perdida.


Critias: (Con asombro) ¿De verdad lo crees, maestro?


Platón: (Sonríe enigmáticamente) Lo importante, Critias, no es si la Atlántida existió o no. Lo importante es lo que esa historia nos dice sobre nosotros mismos, sobre nuestra capacidad para el bien y para el mal. Lo importante es recordar que incluso las civilizaciones más poderosas pueden desaparecer, víctimas de sus propios excesos.


(Platón se levanta, apoyándose en su bastón)


Y ahora, Critias, dejemos que la noche nos envuelva. Mañana continuaremos nuestra búsqueda de la verdad, esa verdad que se esconde más allá de las historias y las leyendas.


La noche había caído por completo sobre el jardín de Academos, envolviendo a Platón y Critias en una suave penumbra. Las estrellas, como pequeños diamantes dispersos en el manto celestial, titilaban con una luz serena, invitando a la reflexión y a la introspección. El aroma a tierra húmeda y a flores nocturnas se mezclaba con el suave murmullo de la fuente, creando una atmósfera de paz y tranquilidad.


Platón, apoyado en su bastón, se sentó en un banco de piedra, mientras Critias se acomodaba a sus pies, ansioso por escuchar las palabras de su maestro. La conversación sobre la Atlántida había despertado en él una profunda curiosidad, una sed de conocimiento que solo Platón podía saciar.


Critias: Maestro, tus palabras han sembrado en mí aún más dudas que certezas. Dices que la Atlántida podría ser una metáfora, una alegoría, pero ¿cómo podemos estar seguros? ¿Cómo distinguir la realidad de la ficción en una historia tan antigua y enigmática?


Platón: (Con una sonrisa serena) Esa es la esencia misma de la filosofía, Critias: cuestionar, indagar, buscar la verdad más allá de las apariencias. La historia de la Atlántida, como todas las historias, tiene múltiples capas de significado. Puede ser interpretada como una advertencia sobre los peligros del poder, como una reflexión sobre la fragilidad de las civilizaciones, o como un anhelo por un mundo ideal, perdido en la noche de los tiempos.


Critias: Pero maestro, ¿no es frustrante no saber con certeza si la Atlántida existió realmente? ¿No te gustaría poder viajar en el tiempo y comprobar con tus propios ojos si aquella civilización fue real o solo un producto de la imaginación?


Platón: (Su mirada se ilumina con un brillo especial) La verdadera sabiduría, Critias, no reside en la acumulación de conocimientos, sino en la capacidad de discernir, de interpretar, de encontrar el sentido oculto tras las palabras y los hechos. La Atlántida, exista o no, nos invita a reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre el destino de la humanidad, sobre los valores que guían nuestras acciones.


Critias: Tus palabras son profundas, maestro, pero aún me cuesta comprender cómo una historia puede tener tanta importancia. ¿No es más valioso el conocimiento científico, la observación de la naturaleza, el estudio de los fenómenos físicos?


Platón: (Con paciencia) El conocimiento científico es esencial, Critias, pero no es suficiente. La ciencia nos describe el mundo tal como es, pero no nos dice cómo deberíamos vivir, qué valores deberíamos seguir, cuál es el sentido de nuestra existencia. Para responder a estas preguntas, necesitamos la filosofía, la reflexión, el diálogo. Y las historias, como la de la Atlántida, son herramientas poderosas para estimular nuestra mente y nuestra alma.


Critias: Entiendo, maestro. Las historias nos ayudan a comprender el mundo y a nosotros mismos, a través de la emoción, la imaginación y la reflexión. Pero volviendo a la Atlántida, ¿por qué crees que ha despertado tanto interés a lo largo de los siglos? ¿Por qué tanta gente se ha obsesionado con encontrar sus ruinas?


Platón: (Con una leve sonrisa) La Atlántida, Critias, representa un sueño, una utopía, un mundo ideal que se ha perdido. Es la búsqueda de un paraíso perdido, de una edad de oro en la que la humanidad vivía en armonía con la naturaleza y consigo misma. En un mundo lleno de conflictos y sufrimiento, la idea de una civilización perfecta, desaparecida en las profundidades del océano, resulta irresistiblemente atractiva.


Critias: Pero maestro, ¿no es peligroso buscar la perfección en el pasado? ¿No nos impide eso construir un futuro mejor?


Platón: (Con un gesto de asentimiento) Tienes razón, Critias. La nostalgia por un pasado idealizado puede ser un obstáculo para el progreso. Pero la historia de la Atlántida también nos enseña que la perfección es efímera, que incluso las civilizaciones más poderosas pueden desaparecer si sucumben a la soberbia y la corrupción. La Atlántida es un recordatorio de que debemos aprender de los errores del pasado para construir un futuro más justo y equilibrado.


Critias: Maestro, tus palabras me llenan de esperanza. A pesar de las dificultades y los desafíos, creo que la humanidad puede alcanzar un futuro mejor, si aprendemos a vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos.


Platón: (Con una mirada llena de confianza) Esa es la tarea que tenemos ante nosotros, Critias. Y la filosofía, el diálogo, la búsqueda de la verdad, son las herramientas que nos ayudarán a alcanzar ese objetivo.


(Platón se queda en silencio durante un momento, contemplando las estrellas. Luego, con voz suave, continúa la conversación.)


Platón: Critias, ¿recuerdas la descripción que hice de la Atlántida en mis diálogos?


Critias: Por supuesto, maestro. La recuerdo con toda claridad. Describiste una isla magnífica, con un sistema de canales que la recorría de un extremo a otro, templos y palacios de oro y plata, jardines exuberantes y una sociedad próspera y justa.


Platón: (Asiente con la cabeza) Sí, esa fue la imagen que intenté transmitir. Pero ahora, con el paso del tiempo, me doy cuenta de que esa descripción era solo una aproximación, una sombra de la verdadera Atlántida.


Critias: ¿Qué quieres decir, maestro? ¿Acaso dudas de tus propias palabras?


Platón: (Sonríe con benevolencia) No, Critias, no dudo de mis palabras. Pero comprendo que la verdad es mucho más profunda y compleja de lo que podemos imaginar. La Atlántida, como cualquier civilización, tenía sus luces y sus sombras, sus virtudes y sus defectos.


Critias: Entonces, maestro, ¿cuál es la verdadera historia de la Atlántida?


Platón: (Su mirada se pierde en la lejanía) Esa es una pregunta que solo el tiempo podrá responder, Critias. Quizás algún día, cuando la humanidad haya alcanzado un mayor grado de sabiduría y comprensión, podamos desvelar los misterios de la Atlántida. Pero por ahora, debemos conformarnos con las pistas que nos han llegado a través de los mitos y las leyendas.


Critias: Maestro, tus palabras me inspiran a seguir buscando la verdad, a pesar de las dificultades. Sé que el camino es largo y arduo, pero no me rendiré.


Platón: (Con emoción) Esa es la actitud que espero de mis discípulos, Critias. Nunca dejes de buscar la verdad, nunca dejes de cuestionar, nunca dejes de aprender. La filosofía es un viaje sin fin, una aventura apasionante que nos lleva a descubrir los secretos del mundo y de nosotros mismos.


(Platón y Critias permanecen en silencio durante un largo rato, reflexionando sobre las palabras que han compartido. La noche avanza, y las estrellas parecen brillar con más intensidad. Finalmente, Platón se pone de pie, con un gesto de despedida.)


Platón: Critias, es hora de descansar. Mañana nos espera un nuevo día, lleno de oportunidades para aprender y crecer.


Critias: Gracias, maestro. Tus palabras me han iluminado el camino.


(Platón y Critias se despiden con un abrazo, y cada uno se retira a sus aposentos. La noche envuelve el jardín de Academos en un silencio profundo, mientras las estrellas continúan titilando en el firmamento, testigos silenciosos de la eterna búsqueda de la verdad.)


En los días siguientes, la conversación sobre la Atlántida continúa resonando en la mente de Critias. Las palabras de Platón han despertado en él una profunda inquietud, una necesidad de indagar más a fondo en los misterios de aquella civilización perdida. Critias comienza a recopilar información, a estudiar los textos antiguos, a consultar a los sabios y eruditos de su tiempo. Su búsqueda lo lleva a recorrer distintos lugares, a entrevistar a personas de diversas culturas, a enfrentarse a ideas y creencias contradictorias. Poco a poco, Critias va construyendo su propia visión de la Atlántida, una visión que combina la imaginación con la razón, el mito con la historia, la filosofía con la ciencia.


Años más tarde, Critias decide plasmar sus investigaciones en un diálogo, titulado "Critias", en el que narra la historia de la Atlántida desde su propia perspectiva. En su diálogo, Critias describe la Atlántida como una civilización avanzada, pero también imperfecta, con sus propias contradicciones y conflictos, destaca la importancia de la justicia y la moderación como pilares de una sociedad próspera y duradera, y advierte sobre los peligros del poder y la ambición desmedida. El diálogo se convierte en una obra de referencia para las generaciones posteriores, que continúan debatiendo sobre la existencia de la Atlántida y el significado de su historia.


Desperté con la sensación de haber viajado a través del tiempo, de haberme sumergido en las profundidades de la historia y haber emergido con una nueva comprensión del mito de la Atlántida. Las palabras de Platón aún resonaban en mi mente, como un eco lejano pero persistente.


"La Atlántida como un espejo...", repetía para mis adentros, mientras me frotaba los ojos, intentando despejar la neblina del sueño.

Y entonces, como un rayo de luz, comprendí. La Atlántida no era solo una isla perdida, un tesoro escondido en el fondo del océano. La Atlántida era un reflejo de nosotros mismos, de nuestras luchas y nuestros anhelos, de nuestros triunfos y nuestros fracasos.


Era una historia que nos hablaba de la fragilidad de las civilizaciones, de la importancia de la justicia y la moderación, de la necesidad de aprender de los errores del pasado para construir un futuro mejor.


Pero también era una historia que nos desafiaba, que nos invitaba a buscar la verdad, a cuestionar las certezas establecidas, a no conformarnos con las respuestas fáciles.


Y en ese momento, supe cuál era mi misión. No podía permitir que la Atlántida se convirtiera en un producto más, en una marca comercial explotada por la avaricia y la ambición. Tenía que proteger su esencia, su significado profundo, su capacidad para inspirar y transformar.


La Atlántida, como mito, pertenece a todos, no a nadie en concreto. No puede ser apropiada por ningún escritor, ni investigador, ni productora de TV, ni por aquellos "investigadores" que, como es normal, solo buscan el vil metal, ese oro que, según la leyenda, contribuyó a la destrucción de la Atlántida.


ES un patrimonio de la humanidad, un legado que debemos preservar y transmitir a las futuras generaciones. No podemos permitir que la avaricia y la ambición corrompan la esencia del mito, que lo transformen en un producto más, en una mercancía destinada a generar beneficios económicos.


La Atlántida debe permanecer como un símbolo de lo que fuimos y de lo que podemos llegar a ser. Un recordatorio de nuestros orígenes, de nuestra capacidad para el bien y para el mal, de la importancia de la justicia, la moderación y la armonía con la naturaleza.


Los escritores y los investigadores tenemos la responsabilidad de acercar la Atlántida a las personas, de despertar su curiosidad e inspirar su imaginación, pero siempre con respeto y humildad, sin pretender adueñarse del mito ni explotarlo para nuestro propio beneficio.


La verdadera riqueza de la Atlántida no residía en el oro ni en las joyas, sino en su significado profundo, en su capacidad para hacernos reflexionar sobre nuestra propia existencia y sobre el destino de la humanidad.


Y esa riqueza debe ser compartida por todos, sin exclusiones ni privilegios. La Atlántida nos pertenece a todos, como un legado ancestral que debemos honrar y proteger.


Me levanté de la silla, con una nueva energía recorriendo mi cuerpo. Sabía que el camino sería largo y difícil, pero estaba decidido a luchar por la Atlántida, por su verdadero significado, por su poder para despertar la conciencia y la imaginación.

No me dejaría intimidar por los "Torquemadas del presente", por aquellos que pretenden controlar y manipular el mito para su propio beneficio. Defenderé la libertad de pensamiento, la búsqueda de la verdad, el derecho de todos a acceder al conocimiento y la belleza.


La Atlántida esun símbolo de esperanza, un recordatorio de que la humanidad puede, hoy más que nunca,  superar sus limitaciones y alcanzar un futuro mejor. Y yo no voy permitir que ese símbolo fuera corrompido por la avaricia y el egoísmo.


DR. JOSE M. CASTELO-APPLETON


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