La reciente tragedia provocada por la DANA en la Comunidad Valenciana ha dejado al descubierto, una vez más, la hipocresía que anida en el corazón humano. Mientras las aguas arrasaban vidas, hogares y esperanzas, la clase política se enzarzaba en una batalla de acusaciones, buscando rédito electoral en medio del sufrimiento.
Me asombra, y me duele profundamente, esta incapacidad para trascender las diferencias ideológicas ante una catástrofe que nos debería unir como seres humanos. Me duelen los fallecidos, las familias destrozadas, el dolor de quienes lo han perdido todo. Me duelen las mascotas abandonadas a su suerte, víctimas inocentes de la furia de la naturaleza y la desidia humana.
Pero mi dolor va más allá de esta tragedia concreta. Me duelen las guerras olvidadas, las crisis humanitarias que no ocupan titulares, el sufrimiento silenciado de aquellos que habitan en la periferia de nuestra atención.
Y me produce un profundo asco la falsa empatía, esa que se manifiesta en mensajes vacíos en redes sociales y minutos de silencio protocolarios. Esa empatía selectiva que nos permite sentirnos bien con nosotros mismos sin mover un dedo para cambiar la realidad.
La verdadera labor humanitaria no consiste en lamentarnos por las desgracias ajenas desde la comodidad de nuestro sofá. Consiste en construir un mundo más justo y solidario, en el día a día, con pequeñas acciones que sumen y transformen. Consiste en tender la mano a quien lo necesita, en defender los derechos de los más vulnerables, en luchar contra las injusticias que perpetúan el sufrimiento.
No necesitamos más lágrimas de cocodrilo. Necesitamos compromiso, acción y una empatía real que se traduzca en cambios concretos. Solo así podremos honrar la memoria de las víctimas de la DANA y de todas las tragedias que asolan nuestro planeta.
JOSE M. CASTELO-APPLETON