ART ESP / ING
Estimados contertulios, distinguidos colegas, y muy especialmente, Dr. Buhari Sha, es para mí un honor inmenso y un privilegio incalculable estar hoy aquí, compartiendo este espacio de reflexión y diálogo. Agradezco profundamente la generosa invitación y la oportunidad que se me brinda de abordar temas que, en mi opinión, son cruciales para entender y moldear el devenir de nuestro mundo.
Permítanme comenzar con una anécdota personal que ha marcado profundamente mi perspectiva sobre el propósito y la acción. Siendo Alto Comisario de Investigaciones Científicas del CISRI (Naciones Unidas), tuve el privilegio de conocer a una figura que, para muchos, es un icono, un mito. Sin embargo, para mí, fue el encuentro con el hombre, no el mito: Nelson Mandela. Este encuentro se produjo tras una reunión con Jimmy Carter, a quien se le había planteado la posibilidad de sustituir la crema de cacahuete por la harina del alga espirulina como una solución innovadora para combatir el hambre en ciertas regiones africanas.
Lo que me asombró de Mandela no fue su renombre como Premio Nobel, sino la profundidad de su ser, la resiliencia del hombre que fue preso, que sufrió, que encarnó la lucha por la justicia desde lo más profundo de su existencia. Su figura me reveló que la verdadera grandeza reside en la persona, en la esencia humana que persiste y se eleva por encima de las adversidades y los reconocimientos externos.
Esta experiencia me lleva a un punto central de mi reflexión: mi reticencia a la palabra "líderes". En un mundo obsesionado con el liderazgo, con figuras carismáticas que a menudo se erigen como guías, prefiero, con convicción, la palabra misionarios. ¿Por qué misionarios? Porque son aquellos que llevan a cabo una MISIÓN. No se trata de ostentar un cargo o una posición de poder, sino de encarnar un propósito, de dedicar la vida a una causa que trasciende el interés individual. Un misionario no busca seguidores, busca compañeros de viaje en una travesión hacia un objetivo común. Su autoridad no emana de un título, sino de la integridad de su compromiso y la claridad de su visión. En este sentido, Mandela no fue solo un líder; fue un misionario de la libertad y la reconciliación.
El mundo, sin duda, está en una constante y vertiginosa transformación. Vivimos en una era donde la información fluye sin cesar, donde las fronteras se difuminan y los desafíos globales exigen respuestas globales. En este contexto, las palabras son, sin duda, hermosas. Podemos construir discursos elocuentes, teorías complejas y visiones inspiradoras desde la comodidad de nuestros sillones. Es fácil hablar de cambio, de justicia, de progreso. Sin embargo, y con esto quiero ser enfático, las acciones son diamantes en bruto. Son la verdadera medida de nuestro compromiso, la manifestación tangible de nuestras intenciones.
No podemos permitirnos el lujo de quedarnos en la mera retórica. La época actual no es solo una época de reflexión o de debate; es la época del cambio. Un cambio que no puede ser meramente conceptual, sino que debe ser práctico, tangible y transformador. Esto implica un compromiso activo, una voluntad inquebrantable de pasar de la intención a la ejecución. Implica arremangarse, salir de nuestra zona de confort y enfrentar los desafíos con soluciones concretas.
Desde una perspectiva académica y analítica, es fundamental que nuestras propuestas no se queden en el plano de lo abstracto. Debemos ser capaces de desglosar los problemas, identificar sus causas raíz y proponer soluciones innovadoras y sostenibles. Esto requiere un pensamiento crítico, una investigación rigurosa y una capacidad de adaptación constante. No se trata de buscar la perfección, sino de avanzar con determinación, aprendiendo de cada paso y ajustando el rumbo cuando sea necesario.
En este sentido, los misionarios de hoy no son solo aquellos que viajan a tierras lejanas para llevar un mensaje. Son también los científicos que buscan curas para enfermedades, los educadores que inspiran mentes jóvenes, los emprendedores que crean soluciones innovadoras, los activistas que luchan por la justicia social y ambiental. Son todos aquellos que, desde su ámbito de acción, se comprometen con una misión que va más allá de sí mismos.
Para concluir, reitero mi agradecimiento por esta valiosa oportunidad. Que este encuentro no sea solo un intercambio de ideas, sino un catalizador para la acción. Que nos inspire a todos a abrazar nuestra propia misión, a convertir nuestras palabras en diamantes de acción y a ser los verdaderos artífices del cambio que nuestro mundo tanto necesita.
Muchas gracias.
-----------------
A Speech on Mission and Action in Times of Change
Distinguished co-panelists, esteemed colleagues, and most especially, Dr. Buhari Sha, it is an immense honor and an invaluable privilege to be here today, sharing this space for reflection and dialogue. I deeply appreciate the generous invitation and the opportunity given to me to address topics that, in my opinion, are crucial for understanding and shaping the future of our world.
Allow me to begin with a personal anecdote that has profoundly shaped my perspective on purpose and action.
As High Commissioner for Scientific Research at CISRI (United Nations), I had the privilege of meeting a figure who, for many, is an icon, a myth. However, for me, it was an encounter with the man, not the myth: Nelson Mandela. This meeting occurred after a discussion with Jimmy Carter, to whom the possibility of replacing peanut butter with spirulina algae flour had been raised as an innovative solution to combat hunger in certain African regions. What astonished me about Mandela was not his renown as a Nobel Laureate, but the depth of his being, the resilience of the man who was imprisoned, who suffered, who embodied the struggle for justice from the deepest part of his existence. His figure revealed to me that true greatness resides in the person, in the human essence that persists and rises above adversity and external accolades.
This experience leads me to a central point of my reflection: my reluctance to use the word "leaders." In a world obsessed with leadership, with charismatic figures who often stand as guides, I prefer, with conviction, the word missionaries. Why missionaries? Because they are those who carry out a MISSION. It is not about holding a position or a place of power, but about embodying a purpose, dedicating one's life to a cause that transcends individual interest. A missionary does not seek followers; they seek fellow travelers on a journey towards a common goal. Their authority does not emanate from a title, but from the integrity of their commitment and the clarity of their vision. In this sense, Mandela was not just a leader; he was a missionary of freedom and reconciliation.
The world, undoubtedly, is in a constant and dizzying transformation. We live in an era where information flows endlessly, where borders blur, and global challenges demand global responses. In this context, words are, without a doubt, beautiful. We can construct eloquent speeches, complex theories, and inspiring visions from the comfort of our armchairs. It is easy to talk about change, justice, progress. However, and I want to be emphatic about this, actions are rough diamonds. They are the true measure of our commitment, the tangible manifestation of our intentions.
We cannot afford the luxury of remaining in mere rhetoric. The current era is not just a time for reflection or debate; it is the era of change. A change that cannot be merely conceptual but must be practical, tangible, and transformative. This implies active commitment, an unwavering will to move from intention to execution. It means rolling up our sleeves, stepping out of our comfort zones, and facing challenges with concrete solutions.
From an academic and analytical perspective, it is fundamental that our proposals do not remain abstract. We must be capable of breaking down problems, identifying their root causes, and proposing innovative and sustainable solutions. This requires critical thinking, rigorous research, and a constant capacity for adaptation. It is not about seeking perfection but about moving forward with determination, learning from each step and adjusting course when necessary.
In this sense, today's missionaries are not only those who travel to distant lands to convey a message. They are also the scientists who seek cures for diseases, the educators who inspire young minds, the entrepreneurs who create innovative solutions, the activists who fight for social and environmental justice. They are all those who, from their sphere of action, commit to a mission that goes beyond themselves.
To conclude, I reiterate my gratitude for this valuable opportunity. May this encounter not only be an exchange of ideas but a catalyst for action. May it inspire us all to embrace our own mission, to turn our words into diamonds of action, and to be the true architects of the change our world so desperately needs.
Thank you very much.